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Aceitunas Castillo, su Aloreña de mesa y Chupadedos, el éxito de unos buenos condimentos: tradición, calidad, trato humano e innovación

Aceitunas Castillo, su Aloreña de mesa y Chupadedos, el éxito de unos buenos condimentos: tradición, calidad, trato humano e innovación

 

Aceitunas Castillo es una empresa familiar emplazada en el distrito de Bailén-Miraflores, una populosa área de la capital malagueña. Desde hace más de sesenta años se ha dedicado a la producción y envasado de aceitunas de mesa y encurtidos, siendo sus aceitunas Aloreñas partidas y aliñadas, junto con su aceituna Chupadedos, dos de sus productos estrella. Todas sus especialidades, 100% naturales, sin aditivos químicos y con una distinguida calidad, son comercializadas y distribuidas a nivel nacional e internacional, cubriendo todos los canales posibles, desde el consumidor final y pequeños comercios, hasta grandes cadenas de alimentación y sector HORECA.

Es la gerente de Aceitunas Castillo, Rosa María Castillo Trujillo, hija y nieta de los fundadores de la empresa, quien nos abre las puertas de su negocio, mostrándonos sus populares aceitunas aliñadas, en seis variedades distintas, junto a una colorida gama de encurtidos, entre los que destacan los pepinillos, cebollitas, guindillas, coliflores o alcaparras. Un abanico de matices, olores y sabores que ha conquistado los paladares de diferentes generaciones a lo largo de todos estos años y que han sabido apreciar tanto los aliños más clásicos como las innovaciones más peculiares creadas por su equipo humano, “la I+D de Aceitunas Castillo”. 

Antonio y Diego Castillo

Aceitunas Castillo nace en 1957 cuando Antonio y Diego Castillo, abuelo y padre, respectivamente de Rosa, abren en Alhaurín El Grande su primera fábrica de transformación y envasado de aceitunas aliñadas Aloreñas, la variedad más típica de la zona. El motivo que llevó a estos dos emprendedores a montar el negocio surge por casualidad cuando, años antes, el abuelo de Rosa, Antonio Castillo, que se había dedicado desde siempre a la venta de pasas, almendras e higos recibe un pedido de un cliente de Sudamérica en el que le solicitaba una partida de aceitunas. En aquella ocasión, Antonio, junto a su hijo Diego, prepararon las aceitunas con los aliños que tradicionalmente se utilizaban en casa, pero un contratiempo provocó que dicho pedido no pudiera ser entregado. Ante este revés, Diego decide buscar compradores en la provincia y se da cuenta de la buena acogida del producto, abriendo así un amplio e interesante mercado que fue creciendo durante años y que convirtió a Diego en uno de los propulsores para que La Aloreña fuese reconocida como la primera aceituna de mesa en España con Denominación de Origen Protegida.

Cuando la primera fábrica llegó a su máxima producción, y estando abierto el canal de venta con Sudamérica, la familia Castillo decide trasladarse a Cártama, ampliando sus instalaciones y dando cabida tanto a la producción que generaban sus propios olivos como la de otros agricultores de la comarca. Pero esta fábrica también se queda pequeña y en 1998 se implanta en Pizarra, transformándose en una potente industria, totalmente mecanizada y con más de 15.000 m2. Al frente de la contabilidad y administración, se encontraba la madre de Rosa, Paqui, siempre vigilante y atenta para que todo estuviese controlado, “tarea que aún, hoy por hoy, a veces sigue ejerciendo”, nos indica Rosa con una amplia sonrisa.

“Salmuera en las venas”

En 1993, Rosa, entra oficialmente a trabajar en la empresa con 18 años, “aunque yo creo que di mis primeros pasos en la nave, curioseando y trasteando detrás de la maestra de almacén y siguiendo a mi padre allá donde fuera. Recuerdo que una vez, mi tío consiguió librarme por los pelos, literalmente, de caerme en un fermentador de 10.000 litros”, nos cuenta. Estudió administrativo y aunque su padre le alentó para que terminase la carrera de Económicas, en poco tiempo se dio cuenta de que trabajar de día y estudiar de noche “no había cuerpo que lo resistiese”.  Decidió poner en práctica todo lo que su padre le había enseñado y tenía el ingrediente más preciado: le apasionaba su trabajo. “En la familia Castillo tenemos Salmuera en las venas”, afirma con rotundidad. Vivió junto a su padre la crisis de 2002 y descubrió en él a “un empresario cien por cien, con gran capacidad de visión, talento y siempre avanzando sin miedo”.

Diego, emprendedor y de carácter fuerte, había vivido ya muchas crisis, las noches se le hacían eternas dándole vueltas a la cabeza para ver cómo podía levantar el negocio. “Se descomponía con solo pensar que tenía que dejar sin trabajo a una familia, así que siempre estaba inventando cómo generar negocio y evitar ese trance. En una ocasión incluso compró un camión de mahonesa y salimos a la calle a vender, el caso era seguir adelante, como fuese”.

Ya en 2002 y con los presagios de una dura crisis hecha realidad, Diego se adelanta y plantea que es el momento de dar un giro total al negocio. “Aunque yo estuve desde pequeña pegada a mi padre y conocía casi a la perfección la empresa, no supe ver con la misma claridad que él, que los tiempos nos estaban marcando otro cambio”, nos cuenta Rosa. Fue entonces cuando se reinventan y empiezan a trabajar a nivel cooperativo, un sistema que les permitió “seguir a flote” y que aún hoy día mantienen. Están asociados con una gran cooperativa de Alozaina, encargada de la transformación y envasado y con cuyos trabajadores les une una estrecha relación personal y de colaboración, participando en su formación, reciclaje y llevándolos como asistentes a ferias del sector, para ampliar sus conocimientos y buscar “nuevos aliños y novedades culinarias que nos permitan evolucionar y sorprender y satisfacer a nuestros clientes”, nos relata Rosa.

“Su toque especial”

Actualmente, en Aceitunas Castillo trabajan ocho personas dedicadas fundamentalmente a la venta y distribución de sus productos. Procesan más de 200.000 kilos de aceitunas al año, destinando el 70% de su producción a la aceituna Aloreña partida, aliñada con los tradicionales condimentos de ajo, tomillo, hinojo, pimiento rojo y salmuera totalmente naturales, aunque como nos revela Rosa, “cada uno le da su toque especial”. La materia prima para sus aceitunas procede tanto de la finca propia familiar, hoy día con escasas 9 fanegas, junto con las que personalmente selecciona Rosa entre los agricultores y cooperativas de la provincia. Tras su recolección son recepcionadas en el almacén y depositadas en patios, cámaras o fermentadores, dependiendo de la demanda existente en el mercado. No obstante, “es la aceituna verde, la que más salida tiene entre los consumidores locales”, puntualiza.

Cuentan con una pequeña tienda física muy cerca del mercado de Bailén, donde la prima de Rosa, Lourdes, trabaja “codo con codo” para atender a los clientes y gestionar eficientemente los pedidos que deben distribuir sus comerciales. Tanto en su punto de venta físico como en su tienda online, además de sus clásicas aceitunas, destacan sus afamadas aceitunas Chupadedos, “una especialidad que causó una gran revolución cuando salió al mercado en 2010 y que ha sabido mantener el tipo”, explica Rosa. 

Aceitunas Castillo aliña seis variedades de aceitunas: Aloreña, Manzanilla, Hojiblanca, Verdial, Ocal Y Pico Limón, que, unidas a las aceitunas sabor a anchoa, los encurtidos en sus variantes agridulce o picante y su kimbo gordal han ido conquistando la provincia, seguido del mercado nacional, distribuyendo a 15 grandes cadenas de alimentación, y traspasando fronteras. A día de hoy, las especialidades de la familia Castillo llegan a Canadá, Estados Unidos, Panamá, Alemania, Londres y Austria, mostrando al mundo las peculiaridades de un producto “tan nuestro como es la aceituna”.

La diferenciación: calidad, trato humano personalizado e innovación

Para Rosa, además de brindar siempre la máxima calidad, considera que el trato humano, directo y personalizado, es la base de una relación sólida, cuidando diariamente a sus cerca de 600 clientes en todo el mundo. Lleva grabada en el alma la frase que su padre, “el hombre con el mejor corazón que existe” siempre le trasmitió: “un cliente es desde que entra hasta el final. Y aunque se haya ido, sigue siendo cliente”.

Otro de los grandes valores de Aceitunas Castillo es su equipo humano, “todos los que trabajamos para sacar cada una de las especialidades nos sentimos muy compenetrados y enfocados en una meta común: satisfacer al cliente e innovar, buscar constantemente nuevos sabores que sorprendan, personalizar y adecuarnos a la demanda hasta acertar”, añade. Para Rosa, la I+D, la investigación y desarrollo de un nuevo producto es la parte más complicada, ardua, pero sin duda altamente gratificante. “Para sacar al mercado un aliño nuevo podemos tardar entre 12 y 18 meses. Nos formamos, investigamos y experimentamos continuamente. Me gusta que todos aporten, tengan iniciativas y les apasione cada proyecto”, nos cuenta con orgullo al hablar del valor humano de su empresa.

En la senda de una mejora continua, Rosa se plantea el futuro cercano con varios propósitos: implantar una certificación ISO en la planta de llenado de Alozaina y completar la digitalización de su empresa. Asegura que no quiere crecer más, porque ello conlleva perder el trato humano, “las personas pasan a ser números, combinación que no va con mi forma de ser”, asiente.

Olores que embriagan y trasmiten

Aceitunas Castillo se encuentra adherida a Sabor a Málaga desde septiembre de 2016 y aunque al principio asistió a muchas ferias, las circunstancias y el desarrollo de su negocio les ha impedido estar presente en todas las que les gustaría. Alaba a la marca por el nivel de difusión que ha alcanzado y la repercusión que les ha proporcionado a todos los productores locales, haciendo posible una economía sostenible y señala que ha abierto muchas puertas a nivel nacional e internacional.  

Rosa es una mujer luchadora e infatigable, madre de dos adolescentes a las que aconseja que se formen, enriquezcan culturalmente y luego busquen su destino. Asegura que le embriagan los olores y le trasmiten sensaciones que rodea su día a día. Le apasiona el trato humano, “mi forma de socializar” y reconoce que solo es capaz de vender lo que realmente le gusta, descartando aquello de lo que vacila. Saborea cada plato de la gastronomía de nuestra tierra, de una exquisita berza, en la que cada cucharada debe ir acompañada de una aceituna; de una insuperable ensalada malagueña, “con papas, naranjas, cebolleta, bacalao y, claro está, aceitunas”. Le gustan las tapitas de aceitunas y encurtidos con un vinito, una cuña de queso o una cerveza fresquita “junto a bellas personas”. Adora ver cómo su madre se come las aceitunas con pan y estará eternamente agradecida a su padre, “aún con la mente activa e ideando, a sus más de 80 años,” por haberle enseñado a cuidar de “su niño”, el negocio, con la misma pasión y perseverancia que lo hizo él.

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